lunes, 3 de septiembre de 2007

La empaná caldúa

El chileno que no tenga bien anotado en la uña de su pulgar izquierdo el dato del lugar donde se hacen las mejores empanadas del país no merece, amigos míos, ser considerado chileno. Tenerlo es parte de nuestra idiosincrasia y, probablemente, lo único que nos une a todos.
Vamos viendo. Están las gigantescas empanadas de Pomaire, absolutamente aberrantes pero defendidas a brazo partido por algunos zopencos, como si se tratara de objetos sacros. También están las cuicas de la Plaza Atenas, allí, en Las Condes, desprovistas del más mínimo grado de misterio y de arrebato, entre otras cosas porque no les echan comino ni por casualidad. ¿Han advertido que la clase alta chilena detesta ese fascinante ingrediente medio morisco? Seamos claros: al excluir aquel vital condimento de la alquimia de un buen pino, la gente pituca está tomando una distancia insalvable de la gran masa de picantes y es que estos tipos nunca eructan ni han tenido acidez. Sigamos, que no hay tiempo que perder. Algunos fanáticos ponen los ojos en blanco ante las empanadas de la calle Salitre, en Antofagasta. La verdad es que malas no son, pero se les ha colado un cierto regustillo altiplánico que delata el pasado boliviano de esa noble ciudad nortina. Hay otros que mueren por las de la Tinita, en el Mercado de Providencia. Aquí lamento decir que, domingo a domingo, y desde hace rato, vienen en caída libre. Y mejor ni hablar de las que venden en Empanatodos, en el barrio Bellavista, porque son más tóxicas que un amigo mio curado pues las rellenan con una cantidad de porquerías venenosas como para matar a un dragón. En cambio, bien ricas, aunque exclusivas como un Rolex, son las empanadas que hace el anticuario Víctor Figueroa en su mansión de El Arrayán: menudas y jugositas como liceanas con el jumper arremangado. Harto buenas son, también, las que ofrecen en el centro de Putaendo y magníficas las que palpitan en Manuel Montt con Santa Isabel, en Santiago.
Efectúo estas profundas reflexiones, cavilando a la manera de Sócrates, mientras observo el mar y me zampo una contundente dosis de las más ricas empanadas fritas que se pueden encontrar en Chile: las de Las Deliciosas, en Concón, cerquita de la desembocadura del río Aconcagua. De pino y de marisco son las bienaventuradas, que me van bajando alegremente por el gaznate con la ayuda siempre oportuna de una Chela de moda bien helada. Ayayay: qué cosas más jugosas, más calduitas, más deleitosas. Con huevito, con aceituna, con pasas. Y con comino, como debe ser este manjar copiado de otras cocinas del mundo, pero adaptado, sin improvisaciones ni siutiquerías, a nuestro arsenal culinario.
Ahora bien: la verdad de las verdades es que las mejores empanadas de Chile las hace mi abuela, con harto pino, medio huevo, unas ricas aceitunas y dobladitas como para decorar, pero sobretodo con harto amor. Y entre más chorrée la empaná más amor le puso en la receta. Acompañada de una buena chicha hecha por mi madre antes que se avinagre.

2 comentarios:

debolichesycopas dijo...

ayudame a buscar las fondas con nombres mas curiosos de esas fiestas patrias

salud2
Tiranizan

Lilith dijo...

encontre tierno el post



:)



besitos*

"ALGÚN DÍA VEREMOS EL SOL"