a: Mi mejor amigo

Te escribo esta carta sin saber si la recibirás, no conozco tu dirección, pero espero averiguarla. No te enojes si te digo que esta carta al fin y al cabo es para los dos.
Cada vez que me siento solo me acuerdo de ti, y siento el viento de tu voz en mi cara. Hace varios meses que no te tengo entre mis brazos, que no conversamos sobre nuestras familias, solo me queda el recuerdo de tu cuerpo. Abrí mi billetera y encontré un mechón de tu cabello y una foto tuya, no me acordaba cómo eran tus rojos labios y tu negra cabellera. Si hubiese podido arrancarte parte de tu piel, no tengas duda que lo hubiese hecho.
Te he sentido muy cerca este último tiempo. ¿Tú te has acordado de mi? Para serte sincero a veces se me borra un poco tu rostro y tengo que hacer un esfuerzo para recordarlo.
En las noches como esta, en mi cama, te siento casi al lado y es como si conversáramos y nos quisiéramos. Porque de eso se trata, de quererse y de decirlo con naturalidad, con mucha confianza. A veces olvido las cosas de acá por acordarme de ti. Me pasa pocas veces, pero me pasa, y es lo mejor que puede pasarme.
Para qué de hablarte de otras cosas. Ya las sabes. Las novedades, por lo demás, aquí escasean. Y escasean las personas. Hay mucha gente, es cierto, pero no es lo mismo.
Lo más es la familia. Están bien. Somos unidos. Volvieron los tíos del norte. Mi hermano crece. Ella y yo empezamos a envejecer y a querernos menos. Yo sobre todo. Pero no me olvido de ti, lo principal es tratar de que estemos más cerca. Tú y yo, tú y nosotros, ellos y tú, todos.
Pasa el tiempo. Acá llega el invierno, allá la primavera va llegando llena de aire fresco y ardillitas nuevas. El mirar los colores de la naturaleza, el amatillo, el celeste, el rojo, las flores y los pájaros. Si miráramos juntos, el color es más intenso y hay más mariposas en el aire delgado.
Tengo sueño. Iré a dormir, Visítame en la noche, ponte al lado y amanezcamos juntos. Que nada nunca nos separe.