Cajita de Música.

En el cajón de uno de los muebles de mi casa, hay una cajita de música a cuerda. Cuando era pequeño recuerdo que mi madre guardaba sus anillos y aros dentro de ella, y yo le sacaba todas sus joyas y las botaba, sólo para escuchar su armonioso sonido.
El viernes recien pasado, cuando estabamos en una de las reuniones del grupo de Teatro, luego de conversar un par de minuitos entre nosotros, entra don Sergio Vargas, el director del grupo de teatro.
Nos pide que cerremos los ojos. Cerramos los ojos. Nos pide que nos sentemos. Nos sentamos. A partir de allí, ya estaba seguro que se trataría de una de esas actividades que tanto le gustan al profe, donde todos terminamos acordandonos del pasado y llorando. Y esta vez, fue lo mismo.
Nos remontamos a nuestra infancia, cuando jugabamos con autitos, cuando jugabamos al pillarse o las escondidas, cuando veíamos los minitos de la tele y no dejabamos de verlos hasta que terminara la temporada, cuando íbamos al colegio sólo a jugar, cuando la vida era tan fácil, y nos poníamos a llorar porque el vecino nos miraba feo, y todos nuestro problemas superficiales. Todo era tan fácil.
Una hermosa bailarina con un tranquilizador paisaje en el espejo y linda faldita blanca, la contemplo y mis recuerdos vuelan como cisnes que también adornan la hermosa cajita musical de mi mamá, esa cajita sólo me hace soñar y recordar mis juegos de niño.
Pero ese ejercicio no dura para lo que nos queda de vida. Tal cual como soñabamos también tuvimos pesadillas. La vida debe continuar, con las preocupaciones que sólo intentamos preocuparnos y olvidamos ocuparnos. Sería tan bello volver al pasado, y recordar lo bello que era la vida, y lo bello que era la infancia. Y todo puede seguir siendo bello, sólo si seguimos siendo niños.